miércoles, 19 de diciembre de 2012

El encanto de Caldas de Montbui


Caldas de Montbui, un espectacular paisage en el que perderse entre aguas termales y edificios arquitectónicos significativamente encantadores.

Llueve a cántaros en los bosques del Vallès. Un hombre con un arco —prodigio tecnológico acabado de inventar— observa desde la cueva estando como se empapa la tierra y confía que este otoño la cosecha de setas será abundante. El agua se escuela en las profundidades hasta 3.000 ó 4.000 metros, donde en grandes calderas de los dioses subterráneos hierve hasta los 130ºC y se ensarta arriba por la oscuridad de las rendijas geológicas hasta llegar humeante a la fuente del León, dónde yo lo estoy fotografiando con una cámara digital. El hombre del arco, está claro, ya no está, porque el trayecto del regreso a la luz ha durado 10.000 años.
En este largo y tórrido camino, el agua se ha enriquecido con minerales portadores de salud para las personas. Lo supieron los iberos y los romanos, que hicieron edificar un balneario del que hasta ahora se han descubierto diez piscinas, una de las cuales, no la más grande, podemos contemplar a pocos metros de la fuente del León.

Por los cuatro lados, la plaza es un punto neurálgico del termalismo de la villa: la fuente, el edificio romano, el Museo Thermalia, el balneario Broquetas y las termas Victoria, porque el turismo termal de hace dos milenios se ha perpetuado hasta nuestros días.

Pero el agua caliente también ha hecho más fácil la vida cotidiana de los calderins o, más muy dicho, de las calderines, que iban —y algunas todavía van— a hacer colada de balde a los lavaderos municipales, sin sufrir la penuria de las manos azules en invierno y con una ropa que queda más limpia y suave que a ninguno otro lugar.

Ubicados en las afueras del casco urbano para evitar a los vecinos las molestias del permanente alboroto que se generaba, cien años atrás estos lavaderos se abrían a las 5 de la madrugada y se cerraban a las 4 de la tarde. Quién sabe si aquel alboroto era sólo de hacer lavadero (explicar chismes), de hacer colada (sacar los trapos sucios de cada casa), o aquel punto de encuentro y comunicación favoreció los proyectos sociales de la gente de un pueblo que se ha significado por una activa vida cultural y empresarial.

Una empresa muy arraigada es la de los fideeros Sanmartí, dedicados desde el 1.700 y durante ocho generaciones a la fabricación de pastas, con sémola y el agua de Caldes. Aprovecháis para entrar a la fábrica, veréis una muestra de enseres antiguos y de los 52 tipos de pasta que se hace, y podréis comprar tanta cómo quered.

Mientras los Sanmartí estaban entretenidos elaborando los primeros fideos, a pocos metros se edificaba una de las fachadas barrocas más notables del país, la de la iglesia parroquial de Santa María. Dentro del templo es remarcable una Santa Majestad del siglo XII, que fue quemada el 1936. Gracias a Dios, los vecinos pudieron salvar la cabeza y el resto fue reconstruido.

Más allá, si nos perdemos por los callejones estrechados de los Corredossos, iremos a estallar en el Centro Democrático y Progresista. No estamos hablando de un partido político, sino de un ateneo popular fundado el 1870 y construido con las aportaciones en dinero y en mano de obra de sus socios. 140 años después se mantiene en plena actividad, con varias secciones musicales y teatrales, ajedrez, software libre y la opción de comer un menú bueno y barato, hecho con productos ecológicos y de proximidad, en una sala que desprende de sus paredes la pátina cálida que han impregnado unos socios que de una frase de Josep Anselm Clavé han hecho su lema:

“Instruíos y seréis libres, asociaos y seréis fuertes, estimaos y seréis felices”


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